Columnista
Diego Arias
Mi madre murió hace poco tiempo. Dejó su existencia en este mundo arropada en medio del amor de sus hijos, los mejores cuidados médicos y confortada por las oraciones de sus hermanos de Iglesia. Partió creyendo firmemente que estábamos en el fin de los tiempos. No diré que estaría contenta con la actual crisis mundial generada por la epidemia del Covid-19 pero de seguro para ella sería el cumplimiento de una más de las profecías de las que habla el libro del Apocalipsis.
Le resultaba obvio que otros anuncios de ese libro misterioso de la Biblia ya estaban cumpliéndose y eso era algo que veía materializado en la proliferación de guerras y conflictos, crisis políticas y económicas, hambrunas y enfermedades, así como desastres naturales de todo tipo.
En momentos en que sobrevienen las tragedias, la devastación y desastres como una pandemia, para muchos es importante preguntarse… ¿Y dónde está Dios? Para algunos se trata de castigos que un Dios justiciero dispensa por cuenta del pecado; para otros, de pruebas que fortalecen la Fe. Pero otros creen que Dios puso a andar la maquinara del universo luego de la creación pero se ocupa hora de otros asuntos.
Con la llegada del Covid-19, ya se ha dicho, nada volverá ser lo mismo. Se trata de una oportunidad excepcional de replantearnos muchas cosas (casi todo) en clave de salvación o de desastre. Pero esa es una decisión nuestra porque finalmente el libre albedrío (libertad de elegir) es la mayor gracia divina.
Para mi madre, el Apocalipsis era sinónimo de destrucción pero en el fondo era consciente de otro significado (el más exacto) de ese texto: “el libro de la Revelación”. Y ahora vemos como una extraordinaria revelación que todos estamos llamados a ser santos, no por tener que ser puros o devotos, sino santos en el sentido de, simplemente, volver a amarnos y cuidarnos los unos a los otros”.