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Hoy

Columnista: Jesús Darío González

 

Hoy que escribo esta nota normalmente sería para celebrar la tierra. Es la noche del 22 de abril del 2020, en la cual se cierra el Día de la Tierra y mañana será el Día del Idioma. De todas maneras, es tiempo del Covid-19.
Hoy, mientras caminaba por el Oriente, un poco desprovisto del afán propio de estas horas de contingencia, viendo su sol poniente y su lluvia sonora llena de truenos y de golpeteos de las gotas de aguacero sobre el rostro, pensé «¿Y qué es entonces lo que está en cuestión?» La respuesta automática fue: «quizá es la vida, su significado, su futuro, su habitualidad y las certezas que tenemos por costumbre inventarnos para darle sentido…»
Sabemos que las naciones, las ligas regionales, las corporaciones, las redes transnacionales, los gobiernos locales, movilizan opciones, mientras que las personas que tenemos responsabilidades públicas vamos y venimos buscando respuestas prácticas. Estamos tratando de disminuir el riesgo de contagio, para eso nos apoyamos en la estadística epidemiológica; se propone el aislamiento social, la disminución de la movilidad, las medidas de higiene y de bioseguridad ciudadana, el apoyo alimentario, el contacto permanente con la ciudadanía, el control y la atención médica al personal contagiado, etc. etc…

«No es fácil enfrentar la inminencia del riesgo y algunos seres humanos lo asumen con estoicismo, pero otros y otras lo viven con angustia y con doloroso desborde»

Y, ¿la ciudadanía? Claro que hay un ambiente de incertidumbre; las personas y grupos se vuelcan a las redes sociales, buscan encontrar alternativas a múltiples asuntos y no se hallan adecuadamente. No es fácil enfrentar la inminencia del riesgo y algunos seres humanos lo asumen con estoicismo, pero otros y otras lo viven con angustia y con doloroso desborde; no logran asumir el reto que se nos presenta y especialmente las medidas de aislamiento social.

Quienes actuamos en la gestión de lo colectivo buscamos implementar estrategias que se deben actualizar y adecuar todos los días para que el actuar sea coherente y eficaz; las ciudadanías despliegan tácticas, maneras sensibles de arroparse y de generar subsistencia, sobrevivencia, protección de la vida. Sin embargo, el signo, el acertijo, el dilema sigue ahí, desafiando la existencia, el aliento, la respiración, la piel, los órganos vitales, el cuerpo en   su relación con su sacralidad y con el entorno. No podemos olvidarnos hoy más que nunca que, como humanidad, somos cuerpo, pero también somos espíritu encarnado, sensibilidad, horizonte de múltiples posibilidades.

Somos cuerpo que necesita moverse en el espacio y en el tiempo, que se constituye haciendo el mundo, en la labor de inventar la cotidianidad, de armar un significado compartido que solo se instala en la relación en y con los otros. Pero resulta que ahora no debemos tocarnos, que debemos guardar la distancia y tenemos que volver inmaterial la comunicación. Ahora toca reinventar el cuerpo y su espiritualidad, el lugar y la historia, la comunidad y su cotidianidad, la labor y su trama productiva, la individualidad y la dependencia colectiva.

¿Qué hacemos? Vivir con generosidad un día a la vez, hacer de este hoy un agradecimiento por respirar, por esa posibilidad de mirar y hablar a los seres queridos, por hacernos parte de una forma más generosa del tejido interespecies que nos arropa, por poder servir a quienes lo necesitan, por poder cubrir con nuestra humanidad este cónclave de peligros, por poder ver con ojos de pregunta estos atardeceres de cielos rojizos.

Es este momento de verdad en el que debemos afrontar con dignidad el desafío de estar juntos en medio del aislamiento; hay preocupación, pero nadie se puede quedar en ella, tenemos que ocuparnos de que el enigmático virus no nos gane la partida; si no lo logramos, tendremos el testimonio de que lo intentamos con toda la disciplina social, con toda la solidaridad posible, con todo el amor que nos salga del alma. Al final no se pierde la vida si quedamos reflejados en la memoria, en al arraigo y en los afectos de otr@s… Y si no, entonces, ¿por qué estamos aún en esta tierra? ¿Para qué el lenguaje y para qué la posibilidad de comunicarnos?

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