Columnista Monseñor Darío de Jesús Monsalve
Arzobispo de Cali
Esta convocatoria nos hace sentir solidarios con la población reclusa en las prisiones. Nos hace volver la mirada a su SER de personas; a su dignidad humana; a su mundo relacional y afectivo; a los contextos que enmarcan sus conductas; a las sindicaciones y los procesos que afrontan; a quienes los custodian y les sirven en la cautividad; en fin, a las condiciones en que se encuentran dentro de las URI y las cárceles.
La justicia es y sigue siendo objeto de esperanza para la humanidad, incluso con la mirada puesta en la justicia divina, última instancia, más allá del espacio y del tiempo, para la verdad de cada vida humana, de cada consciencia personal, de la conducta y la cultura que personas y naciones hemos observado en relación con el otro, con el prójimo y los semejantes, en sus realidades de dolor y de clamor.
En estas realidades, Jesús de Nazaret incluye y alude varias veces a los presos, a las conductas que causan esta medida, a los guardianes, a los abusos de poder y las torturas, como las que vivió el Bautista en prisión hasta su decapitación, o por las qué pasó el mismo Jesús, en su pasión y muerte en la cruz. Las prisiones, los prisioneros, la guardia, las vivencias religiosas y las liberaciones milagrosas, no nos faltan en numerosos cuadros bíblicos. A ellos hay que añadir el cuadro de aquella mujer, María, madre de Jesús y de los cristianos, que se manifestó en la historia del secuestro y de la privación de la libertad como La Virgen de la Merced”, a través de San Raimundo de Peñafort y la orden Mercedaria.
Esta imagen llegó a nosotros como primera imagen de María, cuadro dado por Isabel la católica a los misioneros que venían con Cristóbal Colon. Es la patrona, desde entonces, de las cárceles y la población reclusa.
«clamor de Dios por una humanidad que combata el hambre, la sequía, la discriminación, el despojo, la enfermedad y el delito, enmarca esa “hambre y sed de justicia»
El clamor de Dios por una humanidad que combata el hambre, la sequía, la discriminación, el despojo, la enfermedad y el delito, enmarca esa “hambre y sed de justicia” que debe experimentar, no solamente toda persona humana, sino toda institución, especialmente la del Estado.
El “juicio a todas las naciones”, a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos (Mateo 25,31-46), indica que la justicia no es solamente sobre la conducta individual ante el prójimo, sino que incluye las responsabilidades públicas de lo colectivo y del bien común nacional y universal.
La justicia y el derecho caminan juntos, como la verdad y la libertad se requieren una de otra, para que las conductas produzcan el bien.
«que asumamos la vida como responsabilidad ante Dios, ante los demás, ante “la casa común” y el bien y bienestar común»
Educarnos y construirnos juntos, integralmente, para que asumamos la vida como responsabilidad ante Dios, ante los demás, ante “la casa común” y el bien y bienestar común, es la premisa de la justicia, entendiéndola como prevención y corrección, como rehabilitación y restauración.
Los lenguajes diversos sobre la JUSTICIA, llámese legal, procesal, transicional, distributiva o social, se basan en los conceptos de libertad, verdad, equidad e igualdad, pero se sustentan en la persona: su vida, su dignidad, sus derechos, sus deberes, sus responsabilidades, sus límites y sus capacidades, su trascendencia y espiritualidad.
Lo personal y lo colectivo se conjugan, para que la justicia incluya también a las víctimas, a la comunidad y al agresor, mirados a través del prisma de la esperanza, en la que nadie está perdido, ni condenado a perpetuidad, ni a pena de muerte, ni descartado como suciedad o basura social.
Por eso, la justicia toda y todo tipo de justicia, deberá ser siempre JUSTICIA RESTAURATIVA, porque busca restaurar estos bienes y valores en individuos y colectividades, en sus territorios y poblaciones, en las culturas y tradiciones, en las memorias y las creaciones humanas.
Estos breves pensamientos sobre la justicia, nos ayuden en estos tiempos y estas coyunturas, de clamores adoloridos e iras desbordadas, a buscar juntos la NO VIOLENCIA; a exigir unidos GARANTÍAS para la vida de todos, para la convivencia entre todos y para el libre y transparente ejercicio de la democracia; a transformar, con la palabra y la razón, las expresiones de violencia y de intransigencia.
«nos ayuden a hacer de la cárcel y de la justicia colombiana una recreación de la esperanza y de la fe en nosotros mismos»
Sobre todo, nos ayuden a hacer de la cárcel y de la justicia colombiana una recreación de la esperanza y de la fe en nosotros mismos, seres humanos responsables y guardianes unos de otros, cuidadores de la vida y protectores de su debilidad y fragilidad.
Un abrazo solidario a quienes luchan por humanizar las prisiones, dignificando al prisionero. Los esfuerzos que se están haciendo sean reconocidos y las poblaciones reclusas sean integradas en el corazón y la solidaridad de toda la familia colombiana.
La Iglesia y las iglesias continúen con una presencia que acompañe y abra las puertas del corazón al Espíritu de Dios y de Jesús, que libera consciencias y sana voluntades. ¡Gracias a la pastoral penitenciaria! Apostémosle todos a la justicia que restaura.