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La luz de la Paz es el amanecer de la vida

Columnista Monseñor Darío de Jesús Monsalve
Arzobispo de Cali

Pareciera que el detente de la guerra fratricida en Colombia fue solamente un destello de la palabra y un relámpago de los acuerdos. Tras de ellos, en vez de la Luz de un nuevo día, se desató la tormenta de nuevas muertes y de tenebrosas horas.

Asociar la paz interna de una nación destrozada con la pugna internacional de las ideologías que se disputan los bloques de poder, es negarse, como el hijo mayor de la parábola de Jesús, a entrar en la reconstrucción del hogar común, de los vínculos consanguíneos entre hijos de una misma tierra, arropados por el mismo cielo y destinados a engrandecer su propio hogar patrio llamado Colombia.

Duele esta intransigencia con el anhelo de paz y de reconciliación social, por parte de los más favorecidos en la historia de las desigualdades abismales de nuestra sociedad.

«Duele este desencuentro, esta negativa bajo pretextos y prejuicios diversos, para no dar un paso hacia la oportunidad colectiva»

Duele este desencuentro, esta negativa bajo pretextos y prejuicios diversos, para no dar un paso hacia la oportunidad colectiva, superando la visión clasista, ideológica, partidista y fundamentalista de las cosas.

Llegamos a este 13 de septiembre 2020, con este dolor de país, fragmentado y confrontado aún, entre voluntades por una salida acordada, bilateral o multiforme y simultánea, a todas las confrontaciones violentas, de una parte; y voluntades, de otra parte, por un mero sometimiento a la ley, una “ paz con legalidad”, sin que medien acuerdos entre las partes para dirimir los conflictos.

Tímidos intentos de “conversación” con la movilización social, acompañados de fuertes directrices represivas y de constante afán por llevar la política al escenario del estado que enfrenta “al enemigo interno”, agudizando los métodos de guerra y las armas letales en la confrontación y en las mismas protestas, hacen del escenario actual un campo de batalla inaceptable, con muertos y heridos, con provocación y carencia de directrices y medidas hacia una necesaria y obligante paz constitucional.

Hoy, desde esta arena de Cañaveralejo abrazamos a las familias y comunidades de líderes sociales, de reincorporados, de presos, de niños, adolescentes y jóvenes, de mujeres y manifestantes contra abusos de la fuerza pública, de indígenas y afro colombianos, sumados dolorosamente a las víctimas del covid – 19. Un panorama de muerte y de culto al odio y a la fuerza como razón de la sinrazón de la violencia. Una violencia inducida por un gobierno que, desde su inicio, puso al país en estado de pelea contra el proceso de paz que apenas nacía.

«Todos somos la familia colombiana que requiere reencuentro, perdón y paz».

Desde aquí, con la voz de las víctimas todas, incluidos nuestros hermanos y jóvenes soldados y policías, y los niños y jóvenes que integran grupos armados contra la ley o por fuera de ella, nos identificamos con esta imagen impactante del Cristo mutilado y sobreviviente de Bojayá. Todos somos la familia colombiana que requiere reencuentro, perdón y paz. A todos nos recoge Cristo Jesús en su corazón: a los sobrevivientes de tantos años de violencias y a los que ahora son la Colombia difunta de la guerra, los espíritus y almas que han sido forzados a la muerte por el imperio de la violencia. A esa Colombia difunta le debemos pedir perdón. Necesitamos reconciliarnos con los muertos y permitirles a sus deudos soltarlos, devolviéndoles la verdad y, ojalá, las cenizas de sus difuntos, los cadáveres escondidos y desaparecidos. Hoy invito a todos, al gobierno y a los órganos diversos del Estado, a la sociedad entera y a los pueblos étnicos, a las víctimas y heridos de estos hechos violentos, a las familias simbolizadas en la de Javier Ordóñez y en todas las que velan los difuntos caídos en las protestas, a toda Colombia, a unir nuestros espíritus bajo la luz de la vida. “La Palabra es la vida” y la vida es la luz de la humanidad, hacia los amaneceres con voluntad de convivencia y de trabajo en paz. Volvamos a la luz de la palabra y del diálogo, reabramos las sendas de la Paz.

Pactar la vida es subir juntos a la barca de la salvación y de la esperanza, en medio de la pandemia y de las tormentas desatadas.

Juntos en la misma barca de una vida garantizada con un acuerdo y pacto de voluntades, naveguemos hacia un NUEVO AMANECER DE LA VIDA NACIONAL.

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