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Una iglesia de Migrantes, Destechados y Sobrevivientes

Por Observatorio de Realidades Sociales

Voz Católica, septiembre de 2022

Hace exactamente cuatro años, agosto de 2018, la Iglesia particular de Cali tomó la decisión de abrir sus puertas para acoger temporalmente a un grupo de 260 hermanos y hermanas venezolanas que en condición de tránsito buscaban ir a Ecuador y Perú por nuevas oportunidades, se trataba de grupos familiares, en su mayoría mujeres y niños, que esperanzados en la solidaridad entre pueblos tomaron la decisión de atravesar fronteras sin tener claridad sobre su destino; de algunos de ellos se sabe que han reconstruido sus proyectos de vida y familia en la diversidad del amplio territorio latinoamericano que les ha visto dispersarse y conectarse con otras culturas locales en un sincretismo que renueva los vínculos y nos enriquece el sentido de familia extendida; se sabe también, que pese a todas las dificultades que vivieron por esos días, cuando pasaron por Cali, la Iglesia no fue indiferente y tomó la decisión de abrir los brazos y acogerles por unos días en su casa. Al respecto, se estima que Colombia acoge a 1,8 millones, seguido de Perú con 1,29 millones, Ecuador 513 mil, Chile 448 mil, Brasil 345 mil y Argentina 170 mil. (Agencia de la ONU para los Refugiados, 2022)

Coincidentemente, entre junio y septiembre del 2020, dos años antes, tiempo con gran afectación por la pandemia del COVID 19 y los confinamientos para su contención, alrededor de 10 familias indígenas eran desalojadas de la Viga Pance por orden de un fallo judicial, el caso fue muy conocido por Ángel Zuñiga, un patrullero de la Policía que entregó su arma de dotación negándose a cumplir la orden con un argumento de empatía y sentido común: “Yo quiero mucho mi uniforme, ayudar a la comunidad. He participado en varios desalojos, solamente que este ocurre en medio de esta medida sanitaria y, como ven, todo el mundo debe estar en sus casas, proteger a sus hijos, a los ancianos, a mujeres embarazadas…” En esa ocasión, nuevamente la solidaridad de la Iglesia brindó una respuesta a las familias que terminaron en la calle, mientras estas encontraron un nuevo lugar para dar cobijo a sus integrantes. Se estima que en Colombia hay un déficit habitacional de 31% para el año 2021 y en particular en Cali este déficit se traduce en 680.000 hogares   

Estos dos sucesos, cada uno con sus propias características, atravesados por el drama humano y por profundos desafíos, conectan nuevamente en otro agosto del 2022, con el tercer gesto de esa solidaridad infinita que sostiene el mundo y escucha la voz de los marginados; en esta ocasión se refleja con la comunidad indígena del pueblo Wounnan Nonam del Resguardo Biodiverso y Humanitario Santa Rosa de Guayacán del Bajo Calima, quienes sufren el desplazamiento por cuenta de actores armados que desde noviembre de 2021 les obligaron a salir de su territorio y resguardarse en una casa del casco urbano de Buenaventura bajo condiciones de hacinamiento y riesgo para niños y niñas; siendo conscientes de su crítica situación, a partir del 8 de agosto, la Iglesia nuevamente optó por dar una respuesta, abrir sus brazos y dar refugio a esta comunidad compuesta por 28 familias y más de 160 personas de los cuales 90 son mujeres, 46 son niñas y 33 niños entre los 0 y 12 años. De acuerdo a las estimaciones de los datos demográficos sobre personas desplazadas, brindadas por la Agencia de la ONU para los Refugiados (junio, 2022), las niñas y los niños representan el 30% de la población mundial, pero son el 41% del total de la población desplazada por la fuerza.

Sobre este último caso, además de dar refugio, la solidaridad implica hacer llamados y generar condiciones para que esta y otras comunidades en condición de desplazamiento puedan retornar a sus zonas de origen, de allí la importancia que se establezcan diálogos humanitarios y acuerdos para que ¡Nunca Más la guerra! se ensañe contra la humanidad de las comunidades que habitan la Colombia profunda. Según el informe de la Comisión de la Verdad, entre 1985 y 2019, 7.752.946 han sufrido el desplazamiento en el marco del conflicto social, político y armado. Además, se estima que de las cuencas de los ríos Anchicayá, Raposo, Cajambre, Yurumanguí, Mayorquín y Calima, en los últimos 10 meses se han desplazado hacía el casco urbano de Buenaventura, Cali, Palmira y Jamundí unas 2.000 personas. (Observatorio de Realidades Sociales, 2022)

Si bien estos tres casos no son los únicos gestos de una Iglesia solidaria, son dicientes al verse en conjunto: migrantes, destechados y sobrevivientes de la guerra; tres periferias existenciales que tienden a ser excluidas por la xenofobia, la aporofobia y el racismo, pero que en consecuencia con el Dios de la vida y con la decisión valiente de una Iglesia en el Pacífico colombiano, se encuentran gratamente con la opción preferencial por los pobres y con respuestas creativas ante los dramas de este tiempo. De esta opción y decisión profética han hablado recientemente los señores Obispos del Pacífico reunidos en Cali, coincidiendo en la necesidad de continuar impulsando la construcción de paz en la región y poner el foco en las realidades urbanas con concentración de más de 100 mil habitantes.

“… Pero llegó un samaritano, que iba de viaje, y, al verlo, se compadeció de él; se acercó, le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino; lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él.» Lucas, 10. 33-34

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