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Cuerpos torturados y sangre regada

Columnista Darío de Jesús Monsalve
Arzobispo de Cali

Es la fiesta del Corpus Christi. Sin las grandes procesiones de otrora, limitados aún por la pandemia y por el paro nacional, lo celebramos en nuestros templos, quizás en algunas plazas.

Pero, sobre todo, como una solemnidad que, más allá del nombre popular de “Corpus”, nos sitúa ante el sacrificio de Cristo, “cuerpo entregado por todos, sangre derramada por muchos y por todos”.  Cuerpo y Sangre, separados, significa una víctima, una vida herida o asesinada, vidas torturadas, masacradas.

Este año, la Palabra nos centra en “la Sangre de Cristo”, en contraste con la sangre de novillos en los ritos de alianza,  y la sangre del cordero pascual, en la memoria de la liberación del pueblo de la opresión faraónica en Egipto.

Jesús prepara él mismo, con algún bondadoso rico de Jerusalén, un “fulano” que le ofreció el piso de la oración, el nivel alto de su gran casa, su última Pascua, para celebrarla con sus discípulos.

Y en esa última pascua de Jesús, convertida en la primera misa del cristianismo, no hay cordero para inmolar y comer, porque Jesús mismo es el Cordero Inmolado: se hace pan para que “tomen y COMAN TODOS”. Vino en la copa, para que “BEBAN TODOS” de él.

«ciudadanos armados contra ciudadanos sin iguales armas, nos está haciendo ver correr LA SANGRE HUMANA, no por las venas sino por las calles y territorios»

La pandemia global, que nos hizo a todos hijos de la misma necesidad, y el paro nacional con afectación de la movilidad, que nos hizo sentir a todos la escacés, la carestía y la necesidad absoluta de garantizar ingresos monetarios, renta básica o salario mínimo a todo hogar, sustento vital a cada persona, nos hacen subrayar ese comer todos, beber todos.

Y la violencia maligna y perversa, con la que las líneas  caóticas infiltraron la protesta pacífica, tanto de arriba hacia abajo, como de abajo hacia arriba y de ciudadanos armados contra ciudadanos sin iguales armas, nos está haciendo ver correr LA SANGRE HUMANA, no por las venas sino por las calles y territorios.

Y nos urge a beber todos del cáliz de LA SANGRE DE CRISTO, para purificar el alma, recibir perdón de Dios y JURAR NO MATAR, si queremos ser salvos y no condenarnos nosotros mismos al infierno de la eterna privación de Dios.

Comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo significa, entonces, estar dispuestos, como él, a ser sacrificados, sin hacer, como los pueblos que no creen en Dios  Viviente y Único, sacrificios de humanos, de canibalismo inhumano y barbarie infamante.

¡Decretemos EL PARO TOTAL a la violencia! ¡Aceptemos la gracia del Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús!

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