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La casa destruida, la esperanza firme

El Centro de Paz Urbana acompañó, en el Bajo Calima, zona rural del municipio de Buenaventura, a la comunidad indígena del resguardo Santa Rosa de Guayacán, en la búsqueda del retorno con garantías integrales.

Desde hace un año, la comunidad debió desplazarse de manera forzada por los enfrentamientos entre grupos armados en su territorio, completando ya tres desplazamientos en los últimos años.

Ante la difícil situación por la que atraviesa la comunidad indígena, la Arquidiócesis de Cali, a través de la suma de esfuerzos de varias de sus dependencias, se encuentra apoyando a la comunidad que en este momento se hospeda en un albergue en Dagua para garantizar su bienestar.

En la última salida que realizamos con la comunidad a su territorio en el Bajo Calima, en la frontera entre el Valle de Cauca y el Chocó, acompañamos a las familias indígenas a una entrega simbólica de su territorio. El acompañamiento se realizó en coordinación con instituciones del Estado, con organizaciones de la sociedad civil y organizaciones internacionales como la Organización de los Estados Americanos (OEA) y las Brigadas de Paz Internacional.

En esta oportunidad estuvimos en el territorio ancestral en la audiencia del juzgado de restitución de tierras quienes ratifican la obligatoriedad del Estado en la generación de las condiciones para un pronto retorno y se reconoce el papel fundamental de la Iglesia en el acompañamiento.

Llegamos al resguardo Santa Rosa de Guayacán después de un viaje en lancha de una hora desde el puerto del Bajo Calima, pasando por pueblos fantasmas, pueblos donde no hay niños jugando debajo de las casas que están construidas sobre palos, pueblos donde no hay mujeres lavando ropa a la orilla del río o saludando desde los balcones de sus casas, pueblos donde no sale nadie a pescar o a recoger la cosecha, donde no se escucha ladrando a los perros porque ya no hay animales. Pueblos fuertemente golpeados por el conflicto interno y la presencia de grupos armados.

A la llegada nos estaba esperando un grupo de soldados del Ejército y la embarcación de la Marina que estaba parqueada en frente del muelle del pueblito, pasados unos minutos se escucha el helicóptero del Ejército acercándose. Las mayoras de la comunidad que bajaron de primeras de las lanchas, no se demoraron en preparar el ritual de protección para la comunidad, el territorio y las y los acompañantes de la misión.

Caminando por el pueblo nos fijamos en dos aspectos: Después de la huida de la comunidad, este pueblo, como muchos otros en la zona, está abandonado. Algunas casas perecen ruinas, otras se están cayendo, la selva se está retomando las trochas, los caminos y los patios.

El pueblo fue saqueado y destruido, las pocas pertinencias que sus habitantes dejaron, están rotas, regadas en el piso, destruidas. Sin embargo, a segunda vista registramos que Santa Rosa de Guayacán es un pueblo altamente organizado, las casas construidas de buen material, cada casa tiene un baño particular con agua y desagüe, tienen electricidad, tanques de agua, espacios comunitarios y se logra identificar las huertas y los jardines de plantas decorativas entre las casas. Sin embargo, para identificar esta belleza nos toca imaginarnos cómo era hace unos meses…

Acompañar a la comunidad en este momento, volviendo por un par de horas a sus hogares después de muchos meses sin poder ir, encontrando la miseria, los recuerdos abandonados, causan mucho dolor y nos reafirma la necesidad humana de cesar la guerra y de vivir en paz. 

Pese a todo, la comunidad quiere retornar a su territorio ancestral y exigen de las instituciones garanticen no solamente la seguridad de la población sino también un retorno digno. Nos quedamos con varios compromisos y seguiremos apoyando.

Desde la Iglesia participaron en este acompañamiento la Dirección Reconciliación y Paz, la Vicaría para el Desarrollo Humano Integral, el Observatorio de Realidades Sociales y el Banco de Alimentos. El albergue en Dagua hace parte del eje humanitario de la Arquidiócesis.

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