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La tensión entre el miedo y la esperanza

Columnista:
Luis Fernando Henao Vásquez

 

 

 

 

En la actualidad asistimos a un preocupante aumento exponencial del número de casos de Coronavirus (Covid-19) en Colombia, los cuales, en el peor de los escenarios, se proyectan a un total de 3.989.853 en todo el territorio nacional (INS, 2020). En estas circunstancias, vale la pena proponer una mirada en clave de esperanza, teniendo en cuenta algunos elementos que nos invitan a mirar más allá de los hechos y las estadísticas, para reconocer a través de ellos importantes fuentes de inspiración y transformación.

Pero para ello es importante preguntarnos qué entender por esperanza. Esto porque para algunos esta virtud encierra una suerte de actitud pasiva frente a los acontecimientos de la vida, que solo supone esperar a que las cosas pasen hasta que sobrevengan otras mejores. Sin embargo, un pensamiento como ese solo tiene como resultado un caminar hacia la nada. La esperanza, en cambio, la podemos pensar como una espera en tensión con la realidad, que compromete una actitud proactiva y que conjuga la confianza en la superación de la dificultad (fe) y el trabajo mancomunado en busca siempre del mayor bien posible (caridad). Lo anterior, como parte de un importante proceso de trasformación humana, social y espiritual.

Así las cosas, en medio de la tensión que nos sobrecoge, podemos entrever algunos elementos iluminadores de la actual situación. Uno de ellos tiene que ver con esa capacidad de superación humana ante las adversidades, precisamente porque este momento, a pesar de que sabemos no se solventará en el corto plazo, será una situación a la que podremos dar respuesta siempre y cuando acatemos las indicaciones, guardemos las distancias y trabajemos de manera coordinada y en unidad. Otro elemento tiene que ver con aquel viejo proverbio que postula que todo momento de crisis trae siempre consigo una profunda sabiduría y humildad. A partir de esto, podríamos observar solo algunas enseñanzas que se muestran de manera tímida, pero que guardan un interesante potencial de transformación, toda vez que ponen de relieve la centralidad de la vida y la común unidad. Por ejemplo:

El cuidado de los otros. Por mucho tiempo hemos estado preocupados por lo que producimos, llegando incluso a establecer en nuestras formas de relacionamiento una suerte de vínculo transaccional, a partir de lo cual se valora al otro solo por su utilidad: «¿Qué tienes para darme?». En virtud de esto, hemos ido relegando en muchos aspectos de la vida humana a quienes ya no aportan tanto a esa producción. Pero hoy, por los mismos factores de riesgo que entraña el Coronavirus, nuestra mirada ha estado orientada de particular manera al cuidado de los mayores, los migrantes, a quienes habitan en calle o en las periferias geográficas, viendo en ellos las vidas que también se han de proteger. Esta mirada, además de recordarnos el compromiso que tenemos con la fragilidad humana, nos contrapone ante una cultura del descarte que muchas veces instrumentaliza la vida en favor de la utilidad, porque si hay algo que se nos impone en el actual momento es la idea de que no hay mayor capital que la vida y todo aquello que propenda a su dignidad.

Un propósito común. Si bien las interpretaciones que surgen alrededor de esta pandemia pueden malversarse en acciones individualistas, lo cierto es que la actual propagación del Covid-19 ha propiciado también toda una narrativa de responsabilidad social de los individuos, que en muchos casos ha sido promovida por liderazgos políticos, sociales y religiosos. En efecto, las mismas características del virus obliga a que se hable en términos de autoprotección, corresponsabilidad y cuidado de los otros, toda vez que de este cuidado común depende que la propagación pueda ser contenida, para romper así la cadena de infección. En este estado de las cosas, las ideologías más recalcitrantes quedan sin argumentos ante la realidad única de la cual todos dependemos. El arrogante se sabe tan humano, frágil y expuesto como su oponente más odiado. Aquí todos cabemos, porque si algo nos enseña este tipo de situaciones es lo democrática que resulta ser la enfermedad y la muerte.

En consecuencia, asumir estas enseñanzas en clave de esperanza supone poner nuestra confianza en la fecundidad trasformadora de las reflexiones que se nos imponen en el actual momento. La tensión del presente nos invita a no perder de vista que toda contingencia puede ser superada en la medida en que todos, como sociedad, aportemos a dar respuestas, esperando con paciencia, creyendo en medio de la dificultad y ofreciendo lo mejor de nosotros mismos, para que, al final de esta batalla, podamos decir que fuimos capaces de vencer el miedo, abrazar la vida y luchar por ella. #MásJuntosQueNunca.

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