Observatorio de Realidades Sociales Arquicali

María Fénix Marín Aristizábal: Militante libertaria de canas y ojos radiantes

Columnista John Freddy Caicedo-Álvarez
Fundación Guagua – CEPA Cali

Mi amada María Fénix sabías que vengo del sur, ese territorio de quenas, charangos y zampoñas que tanto amabas. En el sur, más para bien que para mal, hablamos las palabras con un contenido ceremonial de respeto por las personas mayores. Por ello acostumbro a decir don o doña, así lo aprendí en las veredas donde nací y crecí. Yendo hacia la escuela, el potrero, el cafetal, la platanera o el cañaduzal, desde las casitas campesinas a la orilla del camino salía la gente adulta a divisar quién pasaba por ahí. Buenos días doña Rosa. Buenos días don Sergio. Pero a ti María Fénix nunca te dije doña porque nunca construiste lejanías. Tal vez la primera vez dije doña María y en lo inmediato replicaste con esa voz suave tuya que te dijera solo María Fénix o María F. Seguramente me sonrojé y, sin más, de ahí en adelante pude decir tu nombre sin sobresaltos ni temor. Incluso podía saludarte sin decir nada, solo mirarte y abrazarte, responder hola a esas palabras de amor que hablabas.

«Tu casa fue casa de muchos y de muchas. Fue mi casa tantas veces. Por una mañana, una tarde, un día o una noche».

Recordando, te veo en tu casa siendo esa mujer gigante latinoamericana que se enfrenta al patriarcado y al sexismo. Trabajando duro en el cuidado de tus hijas, tu hijo, nietas y nietos. Siendo mamá de vientre propio y ajeno. Respondiendo sola por lo que debiera ser responsabilidad compartida. Pero no estabas para quedarte quieta y lamentar las injusticias, sino, para enfrentarlas y vencerlas. Y lo lograste. Tu familia tuvo, como todas, dificultades y tensiones, pero, se condujo siempre por el sendero del trabajo honesto, el respeto por la vida y la comunidad, el amor y la responsabilidad.

Tu casa fue casa de muchos y de muchas. Fue mi casa tantas veces. Por una mañana, una tarde, un día o una noche. Ahí pudimos reposar el cansancio del cuerpo y los dolores del alma. Ir hasta tu hogar y sentirnos amorosamente recibidos. Tomar un café, un jugo, almorzar, cenar y desayunar. Ver en silencio televisión o escuchar música. No cualquier música. Porque entre esas paredes que construiste tenían su rincón de vida la trova latinoamericana, las armonías andinas y la agudeza crítica de los cantares rebeldes y apasionados que desde las trincheras del arte levantan barricadas contra el capitalismo.

«En la mesa al lado de la máquina de coser dedicamos horas y horas a soñar otra nación»

Contra el capitalismo, el patriarcado, el racismo, el desarrollismo y contra toda injusticia que destruye la vida, las comunidades y la Tierra. Entre la salita cálida que se asomaba a la calle, las habitaciones, la cocina y el patio de tu casa, deambularon desde siempre las teorías revolucionarias. Tu casa era también un lugar para estudiar marxismo y feminismo. En la mesa al lado de la máquina de coser dedicamos horas y horas a soñar otra nación y una humanidad de justicia y libertad. Conversamos hasta el cansancio el sentido de la liberación. Soñamos el socialismo, añorándolo en su dimensión utópica y analizándolo en sus experiencias históricas.

Y la guitarra estuvo como fiel amiga. Entre los libros y las esperanzas de todas las iniciativas que emprendiste a lo largo de tu vida, llevaste en la mochila la música con la concentración de quien comprendió que aún en los instantes más difíciles del reto de vivir, la armonía de los acordes y la entonación de una buena canción son fuente de fortaleza. Para repicar los acordes mirabas tus manos y las cuerdas, te inclinabas un poco sobre el cuerpo y el mástil como fundiendo tu feminidad con esa mujer de madera. Por un instante mirabas el clavijero, las clavijas, el diapasón, los trastes, la tapa, el puente y el hueso. Y casi que le hablabas a la boca a esa guitarra, como platicando para pedirle sus mejores sonidos. Al momento siguiente volvías tu rostro bonito hacia tú público, decías algo a veces inaudible, mirabas sutilmente al cielo buscando inspiración y luego susurrabas esa voz dulce y calma de tu cantar.

Apreciada María Fénix fue extraordinario el amor que recibimos en tu hogar del Distrito de Aguablanca. Más allá de tu casa de Santiago de Cali, el amor fue el mismo porque donde quiera que te encontráramos tu abrazo fue siempre sentirse en familia y volver a un refugio de paz. Fuiste maestra y compañera de luchas. Las canas que desde temprano acompañan a las mujeres de tu estirpe, le daban fuerza ancestral a tu sapiencia.

«Estoy absolutamente seguro de que cuanto hiciste y dejaste de hacer estuvo mediado por sentimientos de amor a la humanidad, a la Madre Naturaleza y al arte»

En ese modo tuyo de ser militante de la vida y la revolución se hicieron historia concreta dos consignas de Ernesto EL CHE Guevara. Primero, la que reza “hay que endurecerse sin perder jamás la ternura”. Y estoy seguro de que así fue tu entrega a la causa de la emancipación de nuestros pueblos. Vivir la ausencia de seres amados que este sistema de muerte nos arrebató te conmovió hasta la médula. Saber de tantos crímenes de Estado contra la vida, la libertad e integridad de las luchadoras y los luchadores del Pueblo te llenó de tristezas, angustias y miedos, pero, también reafirmó tu entrega y coherencia. Segundo, la que estremece en la historia “déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”. Yo te vi enojada unas cuantas veces. Por las intranquilidades de la familia pequeña y por las zozobras de la familia extensa. Y aún en esos momentos más agrios, tu enojo y tu justa ira nunca gravitaron en el irrespeto, la humillación, el afán de hacer daño y mucho menos en el odio. Estoy absolutamente seguro de que cuanto hiciste y dejaste de hacer estuvo mediado por sentimientos de amor a la humanidad, a la Madre Naturaleza y al arte.

Las vidas que vamos decidiendo traen consigo distancias y ausencias estacionales. A la sazón otros lugares del territorio se convierten en lugar de reencuentro. Casi de seguro nos veíamos en las marchas del Primero de Mayo. Caminar un ratito juntos, recordar uno que otro momento, preguntar por fulano, mengana, zutano, perengana y quizá repetir con Quilapayún: “Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan y gritemos todos unidos: ¡Viva la Internacional!”. Entre los avatares de lo laboral pudimos compartir talleres y conferencias, intercambiar ideas sobre las ciudades que se sueñan y las que nos producen pesadillas. Y si bien Sumercé supo de mis límites con el ritmo, tuvo la generosidad de invitarme a las Peñas Andinas de Amauta, donde si bien intenté resguardarme detrás de las gigantes máscaras de la Marcha de los Valores, Usted apostó sin éxito ser mi maestra de baile. En todo caso al finalizar la canción pude recibir mi abrazo de amor.

«Al corazón de la Madre Tierra vuelve tu cuerpo, pero seguirás en la historia nacional»

Fueron tantos los lugares y los momentos compartidos. También las alegrías y las penalidades. Sin duda hubo hechos que desde la distancia sentimos y comprendimos de modo similar pues nos unen las rebeldías y las esperanzas de otro mundo posible. Admirada María Fénix gracias por todo y, por tanto. Al corazón de la Madre Tierra vuelve tu cuerpo, pero seguirás en la historia nacional. Mujer revolucionaria te quedas en nuestros procesos. Mayora de cabellera cana te sembramos en el territorio. Militante enamorada de la causa de la liberación gritamos tu nombre en la consigna. Amiga de oídos atentos y palabras críticas te anidamos en la memoria popular. Artista del abrazo cálido y palabras de aliento para los momentos de ahogo te homenajeamos en el carnaval y la verbena barrial. Compañera militante de la vida te reivindicamos en nuestras búsquedas de la experiencia socialista.

Hermana Muerte trata bonito a María Fénix. Ella merece lo mejor. Fue una de las personas más hermosas que he conocido. No actuó con egoísmo. Vivió orientada por el compromiso con la gente sencilla. Fue artista que comprendió lo esencial de los sentimientos. Sus manos y su ser entero cuidaron la naturaleza. Madre Tierra acógela con los Espíritus, los Orishas, los Dioses y las Diosas de la Vida y la Justicia.

Y con el permiso del privilegio de tú amistad y cariño, me quedo con el amor de tus causas libertarias, la generosidad de tu hospitalidad, la ternura de tus ojos sonrientes y el conocimiento que tu voz murmura en mis recuerdos.

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